martes, 30 de octubre de 2012

Reflexión


Este Trekking ha sido la culminación de una ilusión que se gestó con el primer contacto con ese país (Nepal) en el año 2010. Quiero recordar que aquel octubre estuvimos, mi familia y yo, en un viaje organizado que nos llevó a Thailandia y Nepal. Una multiaventura que nos enseñó la exótica y colorista ciudad de Bangkok, nos adentró en el caos y la espiritualidad de Kathmandú, nos hizo practicar rafting, nos mostró la selva de Chitwan, nos elevó a sus alturas en un sendero alrededor de los Annapurnnas y nos llevó a islas paradisíacas del mar de China para tener nuestra primera experiencia en el submarinismo. Aquello fue un sueño. Un sueño que no sólo compartí con la familia, también con el resto de personas que componían ese grupo, incluyendo los guías. Gentes con las que, a pesar de tener cada uno su camino, se creó un vínculo, un fino e invisible cable de acero, que, pase el tiempo que pase, nos mantendrá unidos por esos extraordinarios momentos. Para mi, todo ello, fue una experiencia inolvidable pero mi tardío amor por la montaña tomó cuerpo en ese circuíto de los Annapurnas. Ahí comprendí qué era lo que realmente me hace sentir vivo. En esos interminables montes nació una ilusión.
En el 2011, esa incontrolable atracción tomó cuerpo y, en esta ocasión, mi hermano, mi hijo y yo, en el mes de marzo, volvimos a Nepal; esta vez, sólo y unicamente para hacer el sendero del Annapurnna Base Camp. Fueron mágicos los días que pasamos entre esos colosos del Himalaya. Una experiencia fuerte y dura que nos hizo ver esa alucinante zona del país y la categoría humana que tiene la gente que lo puebla. Además sirvió también para fortalecer entre nosotros esa relación padre-hijo-hermano que ha contribuído, después, a vernos no sólo como familia sino también como grandes amigos.
Ahora el círculo se cierra. La ilusión, que nació en 2010 y creció en 2011, ha madurado en este nuevo viaje, que hemos realizado mi hermano y yo, el recorrido por el Parque Nacional de Sagarmatha, camino del Everest Base Camp.
Ha sido un broche de oro, una experiencia única, dura y complicada pero tremendamente satisfactoria. Quizá alguien pueda pensar que incompleta, ya que no llegamos hasta el campamento base por circunstancias de salud, tan sólo nos faltaron cuatro kilómetros. Diré que no sólo ha sido completa; ha sido una de las más bellas experiencias que jamás habría podido soñar. Caminar entre tantos colosos de piedra no tiene precio, saber que se está en el techo del mundo no se puede expresar con palabras, sentir que el hombre es un ser diminuto ante tanta grandeza te hace ver que no somos más que una pequeña parte del todo, no el centro del universo.

Como ya comento en el 'Diario del viaje', Everest no es más que una montaña, una entre tantas, la más alta, sí, pero lo valioso no es la meta; es el camino. Y ese camino ha tenido momentos para la reflexión, para el conocimiento, para la humildad, para la paz personal, para la tolerancia, para la resistencia, para compartir, para la risa, para las lágrimas, para el recuerdo... Para el recuerdo de los que no han podido estar en esos momentos, los que no podían por cuestiones personales y los que no podrán por no estar entre nosotros. Todos, todos ellos, han estado en el camino y, en cierto modo, han sido también parte de esa gran aventura.

1 comentario:

  1. Em quedo amb aquestes reflexions....un fantàstic viatge i mil experiències viscudes!!!! ben tornats i sans i estalvis!!!! un petonàs guapu per a tu i el sergio!!!;)

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